Despedida sin reencuentro: Mi historia con el duelo y ...

Y así lo hice, abrazándola en la camilla del hospital, sabiendo que al marcharme no iba a volver a sentir sus manos tiernas y cálidas. Abuela siempre representó para mí ese ejemplo de paciencia y amor incondicional. Una mujer que a pesar de sólo haber alcanzado un grado de bachiller, tenía mucha mas sabiduría y habilidades que muchas personas muy estudiadas a mi alrededor. No podré olvidar nunca ese 23 de diciembre en el que mi hermana me llamó y me informó que abuela había tenido un posible ACV. A pesar de que no nos sorprendía puesto que tenia 96 años de edad, no dejaba de angustiarnos la idea de anticipar, que quizás, esta podría ser nuestra última navidad con ella. Yo me encontraba fuera del país, por lo que me encontraba en espera de su evolución para saber si debía o no regresar a mi país para acompanarla y apoyar a mi familia. Aunque los médicos no nos daban ningún diagnostico certero, todos sabíamos que la historia no iba a terminar de la mejor manera.

Su deterioro fue muy rápido, antes del evento abuela era capaz de seguir manejando sus finanzas, cuidando de sus plantas y lavando los platos del almuerzo. Luego de esto, perdió la capacidad de mover el lado derecho de su cuerpo, no podia deglutar, y aunque pareciera que era capaz de entender todo lo que le decíamos, solo podiia responder con una o dos palabras. Fue perdiendo rápidamente el peso, se pasaba prácticamente todo el tiempo durmiendo, y a penas podia comunicarse con nosotros. el 26 de diciembre, mi hermana me llama preocupada pidiéndome que regrese, puesto que abuela había tenido un microinfarto. De inmediato, le pedí a mi novio que me ayudara a buscar un vuelo lo antes posible para por lo menos, despedirme de ella.

24 horas después, me encontraba con ella en el hospital, y justo cuando me vioo, apretó mi mano y sonriendo dijo mi nombre “Blas Andrés”. No pude contener mis lagrimas al ver a la mujer fuerte que durante toda su vida se encargo del cuidado de sus hijos, y mas que nada, de sus hijas adoptivas, mi mamá y mi tia. Sentí una cantidad de emociones difíciles de explicar, nos encontrábamos en el mismo hospital en el que realice mi pasantía y luego trabaje, apoyando a pacientes a informarle sobre sus diagnósticos, y acompañandos a las familias a recibir las malas noticias que en ocasiones los medicos tenían que darles. Que duro era ver las caras de los médicos y las enfermeras cuando al entrar a la habitación, hacían lo posible por mantenernos esperanzados de que se encontraban haciendo lo posible para mantener a abuelita viva.

Siempre nos decían “Recuerden, tienen que poner de su parte y descansar, que nosotros estamos haciendo nuestra parte”. Sin embargo, cada sonido que hacía la maquina que registraba su pulso cardiaco, cada movimiento que intentaba hacer abuela porque le incomodaba estar tantos días en cama sin poder moverse, nos mantenía pendientes, y honestamente, a la espera de sus últimos minutos. Nadie deseaba que abuela se muera, sin embargo, nos hacia sentir inmensamente triste verla incomoda y sin poder tener la vida que era capaz de llevar antes del 23 de diciembre.

Recuerdo que el hecho de simplemente estar con ella, alimentarla y hacerla sentir acompañada, aliviaba nuestro deseo egoísta de hacer mas de lo que estaba a nuestro alcance. Con el pasar de los días, los medicos nos indicaban que cuanto sus signos vitales se encuentren estable, podían darle de alta, sin embargo, abuela iba a seguir requiriendo de todos los cuidados que tenia en el hospital pero en casa. Imaginen tenerla en su habitación en una camilla hospitalaria, bañándola, alimentándola, tratando de decifrar las pocas palabras que decía, ademas de recibir las visitas que llegaban para acompañar;arla